martes, 12 de febrero de 2008

CARTA A MIS AMIGOS POLÍTICOS SOBRE DIOS


Chicago, julio de 2005

Amigo (a)

Neiva.

Apreciado Amigo:

Hace dos años estaba escribiéndole cartas a ud., afanosamente, con el interés de ganar su voluntad para ser gobernante de mi ciudad. En esas cartas prácticamente sólo hablaba de la ciudad y de mi. Bueno, a decir verdad, sólo hablaba de mi, de mi forma de ver la ciudad, de mi concepción acerca de como hacer que ud. viviera más cómodo en mi ciudad y del por qué ud. debería depositar su confianza en mi!! En otras palabras “vanidad de vanidades”. Hoy, mi amado amigo, no le escribo porque quiera algo para mí. Hoy le escribo porque definitivamente el Señor puso en mi corazón ese deseo y mediante esta El quiere decirle que le ama. Hoy le escribo solamente motivado por el infinito amor de Jesús para contarle que El está esperando, muy cerca de ud. (más cerca de lo que ud. mismo cree!), tener tan sólo una oportunidad para salvarlo y transformar su vida de una manera tremenda, darle esperanza, darle sanidad, darle prosperidad y lo más importante, darle el pleno derecho de ser llamado “hijo de Dios” y resucitarle en el día postrero. Por qué hoy precisamente, después de tanto tiempo? Simplemente porque El dice: “Ahora es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación” (2 corintios 6, 2). Y también: "Cantad a Jehová toda la tierra, proclamad de día en día su salvación. Cantad entre las gentes su gloria, en todos los pueblos sus maravillas” (Salmos 16, 23) .

Que maravilla! Que asombrosos son sus designios! EL, nuestro Dios, el mismo Dios de Abraham y de Jacob tenía y tiene un plan inigualable de salvación para cada uno de nosotros. Sí, mi amado amigo, para ud. personalmente, para su casa y para todos personalmente. Ud. seguramente ya habrá oído o leído acerca de esto, pero por si no se ha detenido a meditarlo, pidiéndole a Dios que le de entendimiento pleno sobre ello, permítame hacerle un breve resumen de su Evangelio:

Sabiendo de antemano que nunca llegaríamos a salvarnos a nosotros mismos ni a merecer la vida eterna por nuestras obras, dada la naturaleza de pecado que entró al mundo con Adán, (“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” -Romanos 3, 23), EL, nuestro mismo Dios, resolvió darnos esa salvación por gracia, es decir como un regalo (“porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe”- Efesios 2, 8), al hacerse El mismo carne en la persona de Jesús Cristo y habitar entre nosotros, realizando prodigiosos milagros, cumpliendo todas las profecías sobre El escritas en el Antiguo Testamento, muriendo por nosotros y en lugar de nosotros (por ud. y por mi, y en lugar de ud. y de mi) en esa cruz horrible del calvario; pagando definitivamente por nuestros pecados pasados, presentes y futuros, resucitando después de tres días en cuerpo glorioso y triunfador, y ascendiendo al cielo para hacernos morada de salvación y de vida abundante y eterna. Jesús, el Verbo, el Hijo Unigénito de Dios, el mismo e infinito Dios-Hombre (“En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”- Juan 1, 1), como último recurso para salvarnos vino a habitar en este mundo como hombre, muriendo como pecador sin tener pecado, sólo para pagar el precio de la muerte que se merece todo pecador (como ud. o como yo!); sufriendo la muerte de cruz establecida en aquel tiempo sólo para los malditos, con el único fin de llevarse con EL la maldición que pesa sobre todo pecador (como ud. o como yo!) y, en fin, despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento; fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó EL nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! Más EL fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre EL el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en EL el pecado de todos nosotros. (Isaías 53).

Que hermoso ¿no? Nuestro Dios, grande y potente, creador de todo lo que existe, EL que es, EL que ha sido y será por los siglos de los siglos, El Alfa y el Omega, el principio y el fin, ya se entregó por nosotros, amándonos primero, ya consumó su plan de salvación en la propia persona de Su Hijo Unigénito y lo hizo sólo por ud., pues si solamente ud. hubiera existido en ese momento sobre la tierra El hubiera muerto de todas maneras en su lugar.

Ahora El le dice: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él y cenaré con él y él conmigo”. (Apocalipsis 3, 20)

No deje pasar esta oportunidad mi amado amigo. Así que, mi muy amado amigo, como si el mismo Dios le rogara por medio mio, le ruego, en su Santo Nombre, reconcíliese con Jesús! Ríndase a Jesús, deje que El lo salve, permítale que haga maravillas en su vida, entréguele su existencia, póngala a sus pies y clame a El para que ocupe el trono de su corazón como su Salvador personal y Redentor. Proclámelo como su Señor para que oriente cada detalle de su vida, póngalo en el centro de su vida, arrepintiéndose de sus faltas. No es necesario que lo haga con fórmulas sacramentales ni en lugares especiales. Puede hacerlo ahí mismo donde se encuentra ahora o en alguna parte donde esté a solas con EL, solamente mediante una oración sin formatos ni condiciones especiales. Todo lo que El pide es que ud. dé el segundo paso (no olvide que EL ya dio el primero al morir en la cruz) y con humildad lo confiese con su boca como su Señor y crea en su corazón que Dios le levantó de entre los muertos (Romanos 10, 9).

Mi buen y amado amigo: rendirse a Jesús no es una manera de vivir. Es la única manera de “vivir”!! El dice en Su Palabra: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo y cree en EL tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final”. (Juan 6, 40). Y también dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino a través de mi”. (Juan 14,6).

No espere a mañana, pues no tenemos el poder para disponer con seguridad de un día más de vida en esta tierra. Mañana o dentro de una hora o dentro de quince minutos puede ser, tristemente, demasiado tarde.

En compañía de Maria Fernanda queremos expresarle nuestro amor en Cristo y decirle que desde el primer momento que dejamos nuestro país no hemos cesado de orar por ud. y su familia. Continuaremos haciéndolo, durante el tiempo que Dios nos regale aquí. Gracias, mil gracias por su amistad y por el cariño que siempre nos demostró.

Un abrazo y que Jesús se convierta en lámpara a sus pies y luz a su camino.




CARLOS MAURICIO IRIARTE